martes, 20 de enero de 2009

Las Calles y la lluvia...

Cuantas veces puedo caminar las calles, y cuantas veces puedo recordar algo, cuantas veces podré recorrerlas otra vez, es como que cada día es diferente, único, y seguro lo és. Me dá tristeza saber que es un día menos o me pone bien saber que es un día más. Hoy descubrí un chingolo a centímetros de mi cabeza en un tamarisco de la avenida costanera, nos miramos y supimos que los dos necesitábamos de los dos, él a quien cantar, yo saber que todavía es todo un símbolo de Claromeco. Siempre lo menciono, en cada mañana de verano en el fondo de casa, en cada siesta donde se funde en mi sueño, después de cada tormenta anunciando la paz del clima.

Que bueno es poder estar en estas calles, por aquí pasamos con mis primas cientos de veces, en todo momento del día. Con el saludo obligado a doña Rosa y don Leandro, contestando casi al revés, quien es quien con su voz gruesa y su fina voz.

Ahora puedo ver las noches de la terraza, solo algunas lámparas incandescentes iluminan nuestro camino, están en cada esquina y nos parece bárbaro, entre ellas aparecen vívoras cieguitas y arañas que asustan a las desprevenidas.

En las tardes cuando llueve y para, aprovechamos para ir a la playa, el aroma invade nuestro paso, allí se mezcla el olor a tosca húmeda, arena mojada, eucalipto, anís salvaje, pino y algunas tortas que ya se hicieron en algunas casas. Hay tiempo para hacerlas, otros optan por comprar facturas en lo de Reinoso.

Que bueno en la esquina esta el charco con el clásico café con leche, nuestras patas tienen que estar ahí, es un rito en cada tormenta, como fijarnos si se llovió en algún lado de la casa, aunque tío Sarquis y tío José ya pasaron por el techo poniendo brea con bolsas de arpillera, además de pintar con sus clásicos colores claros verde, celeste y rosa. Además si se llueve un poco seguro subiremos con tío Pedro y lo vamos a solucionar.

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