miércoles, 4 de marzo de 2009

Yo tenía veranos y un amigo… (Homenaje con ayuda)

Hay paisajes fugaces de los que uno se despide para siempre:
Los cerros de Mendoza, el monumento a la bandera, Península de Valdez, el puente de Río Cuarto, el mar de Claromecó y hasta te diria el barcito de Chucúl, un pueblito perdido cerquita de Rio Cuarto.

Serán, a veces, un recuerdo.
Pero puedo morirme sin volver a verlos.
En cambio esto de hoy es implacable.
Estoy aquí, tomando un café en el Nahuel Epú hasta que se haga la hora. En el mismo lugar donde una vez estuvo Rondanina.
Estoy aquí con el corazón dobladito como un pañuelo para guardarlo en el bolsi­llo hondo de la tristeza.
Es confuso el cielo del atardecer, es confuso en mi cabeza, el ruido de las olas, que llegan y que se van, y la arena oscura que se funde con la espuma de la orilla.
Fueron veinte minutos en una silla; un pedido de cuenta y el clásico no es nada, deja Luis. Y chau mar.
No te quiero decir chau mar, adiós, good bye...
Mi mar, visto durante 47 años desde el mismo ángulo, sabiendo de su sol bueno o malo, su cielo de cada noche desde diciembre hasta marzo, dónde esta la Cruz del Sur, o el Lucero que mi viejo me marcaba en las noches de paseo, lo mismo hacía con mis hijos, en qué momento se dá vuelta el vien­to; sus cambiantes olores: a yodo, a peces, a sal.
La luna está enredada en el oleaje, se refleja en el mar, luna arri­ba, luna abajo, ¿a cuál de las dos le pido que me seque las lágrimas?

Yo tenía un pedacito de mar,
Un pedazo chiquito chiquito:
Toda el agua cabía en un dedal
Y la arena... en un baldecito.

Azul, gris, verde, plateado, una aguaviva es una odalisca que danza con velos transparentes.
El tiempo se termina, hay que volver y toda la magia se rompe.
El faro en su soledad me observa, como diciéndome: ¿Vas a marcharte, de verdad?
Y fue así: tomé mi vida, le partí un pedazo, lo dejé en aquel mar.
Lo que quedó allá ya no lo tengo en mí.
Tengo un agujero profundo en la memo­ria, y hasta me arden, me queman, me lasti­man los recuerdos de ese tiempo que no pueden más abrazarme, darme descanso y un espacio infinito donde yo tomaba apun­tes, escribía frases para mis cuentos de todo el año...
Mi alma no se perdía cuando salía a recorrer los caminos del aire junto a las golon­drinas...
No sé ni me interesa en qué estación vivi­mos.
El verano pasado fue de persianas bajas.
El próximo verano no llegará, no se irá.
Ya no será verano ni le diré verano: será lo que no tengo, mi rama mutilada, mis ganas de llorar, mi silencio.
Mi desconsuelo.
En el agua repetida, en el agua que jamás se renueva y no envejece, se evapora y llueve, moja a los seres vivos y muertos, en esa misma agua, puse mis pensamientos de todo lo que mi alma ha recogido, y en estas lágri­mas de ahora.
¿Cuándo llegará a mí mi paisaje perdido en una gota de tu agua, mar mío?
Yo tenía un pedacito de mar,
pero ya no lo puedo encontrar... (vos tampoco amigo Fran)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre estará, porque él amaba Claromecó.